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...La más fina y plena comprensión de la orden dada desde lo alto: “Sed como niños”
EL NIÑO DE AÑOS
Ella no quiso escribir esa tarde de estrenes que quizá se quedaron guardados en el fondo del closet. No quiso escribir de Narcisos por tirar a la cisterna. No quiso escribir de dolores añejos…. Ella, esa tarde, quiso escribir de Un Niño, de un niño de años…
- Mami: ¡yo era tan feliz con un amigo como él! dijo espontáneamente esa noche Felipe – el hijo de ella-, mientras transcurría una trascendental y sencilla disertación sobre la felicidad.
Entre ellos, Felipe y el niño de años, habían décadas de vida, pero un entendimiento tal, que hacía posible que el niño, aún con sus años, fuera el único amigo grande capaz de entenderlo.!!!
El niño de años se fue de viaje un día. Había comprado un boleto sin regreso, lo compró a buen precio muchos años atrás y casi lo pierde en el camino; pero lo encontró en el fondo de un cajón y lo sostuvo siempre en su mano y cerca de su corazón.
El boleto lo había comprado sin fecha, y sólo él sabía el tamaño del deseo de emprender el viaje. Lo único seguro es que tardó muchos años empacando, y lo cierto, es que su maleta era grande y pesada, pues estaba cargada de historias locas, de historias serias, de caminos andados, de sueños cumplidos, de amores ganados y de uno que otro dulce entregado…
Los dulces se quedaron, porque eran más que envolturas de papel satinado
¡Si!... Felipe días atrás le había preguntado a ella, qué quien heredaría esa tarea particular de entregar un dulce ¿??? Un dulce que llegaba en medio de la concentración, de la ocupación, del cansancio y a veces del desasosiego; pero cuando esa mano firme, con lunares color café, unos cuantos vellos blancos y en la muñeca un reloj, ponía el dulce y a la vez la voz que la acompañaba susurraba al oído “mire lo que le traje”, el agobio pasaba y una sonrisa se obligaba.
Ese era el amigo especial de Felipe, ese era ¡quien le daba quién sabe qué consejos!, pero lo que ella pudo adivinar esa tarde, es que el niño de años, le enseñaba poco a poco a Felipe, que nada mejor para la tristeza que la sonrisa de un amigo; que para lo amargo, en definitiva un dulce; que las cosas simples refrescan la vida y que lo especial nace en el corazón y crece con los años.
Ella no conoce los consejos que su amigo le dio a Felipe, esas conversaciones eran y serán el secreto de ambos. Lo único que ella pudo pensar en esa tarde cálida y silente, es que la herencia por la que preguntaba Felipe, es más que una envoltura de papel satinado, es la esencia de la felicidad misma, es la más fina y plena comprensión de la orden dada desde lo alto: “Sed como niños”.
- Mami: ¡yo era tan feliz con un amigo como él!
Ella esa tarde, se percató que el viaje del niño de años había iniciado hace mucho y que en un momento de la historia, los caminos de Felipe y él se habían cruzado, aún sin haber nacido Felipe, sin estar siquiera en el deseo de ella. La primera intersección del camino fue en una fotografía y muchos años después, la segunda intersección fue en una casa de lo Alto y desde allí, se habían escrito las palabras, las risas, los abrazos y las lágrimas. El último tiempo lo caminaron juntos y cuando el gran monstruo moderno, que los obligó a no verse apareció, el dolor de la ausencia terminó con un abrazo empañado de emoción por poder tocarse de nuevo…
El niño de años estaba escaso de cabello y cano el que le quedaba; sus ojos ya no veían, la juventud se había ido; pero esa alma gozona aún, había entendido los secretos del reino, fina y plenamente, y uso su boleto, en primera clase, y llegó a la fiesta y danzó, y ¿los dulces?... los dulces se quedaron, porque eran más que envolturas de papel satinado.
...la más fina y plena comprensión de la orden dada desde lo alto: “Sed como niños”