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Las condiciones infrahumanas de los presos del Fuerte, las enfermedades y hambre, obligaron a una fuga masiva que salió mal, pero la represión cruel de los militares nunca podrá borrarse de la historia de la Guerra Civil
Si se pregunta por la fuga de presos más masiva que jamás se ha producido en España muchos hablarían de la de Segovia. Fue en 1976 y huyeron 29 presos, en su mayoría etarras. Ha quedado en la memoria colectiva, pero no es, ni de lejos, la mayor evasión que ha habido en suelo ibérico. La más grande de todas ha permanecido en el olvido mucho tiempo, o recordada sólo por los ya escasos supervivientes y sus descendientes. Fue en 1938, en Pamplona. El 22 de mayo de ese año, 796 presos vivieron un sueño de libertad que había comenzado a forjarse en la mente de un hombre, Leopoldo Pico, que había nacido 27 años antes en Rasines (Cantabria).
El fuerte por dentro, una fábrica para zombis desesperados
Las brigadas eran cinco locales donde se hacinaban la mayoría de los presos. Las brigadas 1ª, 2ª y 3ª ocupaban respectivamente las plantas sótano, primera y segunda de un edificio de cien metros de largo con ventanas que miraban al norte, al patio del penal de 100 por 15 m. En cada una de estas tres brigadas había entre 500 y 550 hombres, unos 50 por cada una de las 11 naves de cada brigada, a los que se accedía por un túnel que recorría toda la brigada. A cada preso le tocaba un metro cuadrado para comer, dormir y pasar todo el día excepto las horas de patio.
En esas brigadas faltaba de todo, no había retretes excepto unos servicios sin taza para más de 500 hombres, una bombilla de 25 vatios para cada nave y ventanas con barrotes, sin cristales por donde entraba el frío libremente; si alguno se acercaba a la ventana los guardianes podían dispararle desde las garitas, como ocurrió alguna vez. La 1ª brigada es un escenario de pesadilla: el agua filtrando por las paredes de piedra, oscuridad casi absoluta, ventanas de medio punto en lo alto, a ras de patio, por donde apenas entraba el aire, el suelo húmedo y lleno de suciedad acumulada en forma de pecina, una auténtica pocilga irrespirable, un frío mortal, los presos durmiendo en hileras, unos junto a otros apenas si cabían, con la ropa puesta, sobre el suelo, aislados de éste por el petate o por la manta quien la tuviera.
La noche era un concierto de toses que salían de lo más profundo de los pulmones. Pasillo central de la Brigada 1ª o subterránea. En sus naves dormían y “vivían” los presos. (Luz artificial). El agua escurría por las paredes, el frío se metía en los huesos, se notaba falta de oxígeno, es el sitio más horroroso que se ha visto en la vida. Una vida del del Infierno del escritor Dante.
Era un patio rehundido, donde apenas entra el sol, vivían como en un pozo, viendo solo un trozo de cielo. Había otras dos brigadas más reducidas. La 4ª, sita en el edificio que hay al final del patio, accediéndose a ella por la misma puerta que las tres primeras, pero girando a la derecha. Y la 5ª, llamada brigada de patio, dedicada en su mayor parte a los presos comunes, estaba situada en la planta baja del edificio de pabellones. Los pabellones también albergaban a presos. Eran tres y estaban en otro edificio de 100 m. de largo, paralelo al de las brigadas, separados ambos por el patio. En los pabellones se albergaban los presos distinguidos, militares, intelectuales, trabajadores muy cualificados que recibían mejor trato. Se albergaban en celdas situadas en tres plantas, correspondientes a los pabellones 1º, 2º y 3º.
En su planta baja estaban las oficinas, la brigada de patio, la cocina y los locutorios para las visitas. Por cocina había dos pequeñas salas para preparar la comida a 2500 personas. Era atendida por presos comunes. Había un economato donde vendían muy caros algunos alimentos y tabaco, situado en la planta baja del edificio que contenía la brigada 4ª. El administrador y el director del penal robaban doblemente a los indefensos presos: reduciéndoles el rancho asignado y obligando a quienes recibieran dinero a comprar alimento en el economato.
Bastaría con ver cómo se alimentaban los presos de San Cristóbal. A los presos se les alimentaba básicamente de pan y patatas. Un trabajo y destino deseado por los prisioneros era la cocina, donde la tarea de pelar las patatas permitía apropiarse de las mondas como alimento complementario. Sólo se podía conseguir pan en el Economato, ¿y el dinero?…En el economato lo que mejor se podía comprar eran barrita de pan. Había presos que comían al día, las escasas patatas y el pan Y a veces pan y agua, que no abundaba.
El Fuerte estaba rodeado por fuera por garitas de guardia desde donde se controlaba desde lo alto el patio a los presos, el edificio de las brigadas, el de los pabellones y el exterior del Fuerte. Todo. No había escapatoria.
Los soldados tenían sus propias dependencias, nada más pasar la puerta de acceso al Fuerte: dormitorios, comedor, cuerpo de guardia y otro patio, que comunicaba con el patio de los presos patio a través de un túnel con dos puertas llamado Rastrillo. Los presos estaban vigilados las 24 horas del día.
El túnel de rastrillos: comunicaba el patio del Penal con el patio del Cuerpo de guardia. En una celda de castigo situada en el túnel de rastrillos se torturaba, labor que cumplían los funcionarios más sádicos, algunos guardianes, algunos oficiales envidiosos y ávidos de botín.
Las condiciones de vida de los presos
El hambre fue el problema más grave para todos. Se les estaba matando de hambre deliberadamente y hay pruebas. Podían recibir paquetes de comida de su familia, pero casi nunca llegaban a su destino, porque podían cambiar el dinero que les mandaban por tickets para comprar en el Economato, pero allí cobraban muy caro y no todos recibían dinero. Lo que a muchos salvó fue la solidaridad: se compartía o intercambiaba la poca comida que les llegaba. El hambre hizo enfermar a muchos, llevando a algunos hasta la inanición, el hambre fue también una de las razones de la gran fuga. La principal causa del atroz hambre que sufrieron fue que el administrador y el director reducían hasta el extremo la comida de los presos y se quedaban con la mayor parte del dinero destinado a alimentarles. Fueron procesados después de la fuga por “malversación de caudales públicos”. Pero no les pasó nada porque se les veía por Pamplona o Sangüesa.
La higiene por lo que vamos viendo era pésima, vivían en una asfixiante suciedad debido al hacinamiento, la escasez de agua, la falta de ropa y calzado, las pésimas condiciones del edificio y la situación de abandono al que estaban sometidos. Los miserables servicios utilizados durante años por los más de 500 presos de la 2ª brigada había barbería, pero había que pagar, lo mismo que el servicio oficial de lavandería.
Los presos lavaban su ropa en unos lavaderos llenos de agua sucia invadida por piojos de ciencia ficción, mutantes, “rojos y con cola como los escorpiones”. Eran una plaga constante, con ellos se convivía, cada cual cogía cariño a los que tenía encima, aunque al anochecer el gran entretenimiento consistía en aplastar algunos cientos de chinches, sin posibilidad de acabar con ellos. No existían ni en el economato, desinfectantes para combatir las plagas. La atención sanitaria era muy deficiente; la enfermería la atendían monjas que auxiliaban más al médico que a los enfermos, para ellas los presos debían ser chusma roja y se oía lo de mugre... El médico les visitaba volteando con el pie a los que estaban tumbados en el suelo de las brigadas y despachándoles con un purgante. El mismo médico manifiesta que no disponía de medios para atender a los presos. No tenían ningún mueble. Dormían sobre el frío y húmedo suelo; algunos, unos pocos tenían la suerte de disponer de un colchón enviado por la familia, o una manta llevada por ellos mismos desde la anterior cárcel mugrienta. Los petates habían sido frecuentemente deshilados para confeccionar zapatillas que les aislaran del suelo.
Del horario destaca que los presos eran sometidos a cuatro recuentos diarios. El paseo en el patio era permitido “desde las 9´30 a 12 y desde las 14 a las 19”. Los presos de cada brigada salían a distinta hora, 2500 presos no cabían en los 1500 m2 del patio. A veces paseaban en formación, en columnas de a cinco.
Las consecuencias fueron infecciones, enfermedades como la tuberculosis que diezmaron a los presos y, a veces, epidemias que se combatieron con vacunas para que no se extendieran a los funcionarios
Cuando el penal se convirtió en hospital para tuberculosos, entre 1.942 y 1.945, hay constancia de la muerte de 145 presos, la mayoría por tuberculosis, que están enterrados en el cementerio del fuerte, pero no hay cruces ni lápidas como es usual en un camposanto. Eran enterrados con una botella entre las piernas, que dentro contenía un papel que recogía su nombre y las causas de su condena y muerte. Por esto se le conoce como "el cementerio de las botellas". Se les enterró en filas de 5, y estaba preparado para enterrar a unos 400.
El tapón de rosca de una botella y un fragmento de periódico enrollado que llevaba dentro ha permitido conservar en su interior documentos preciosos históricamente del penal en el que el 26 de diciembre de 1.943 un funcionario anota que Andrés Gangoiti Cuesta falleció en esa fecha por una tuberculosis pulmonar, era el preso número 42, con 23 años de edad, soltero, marino de profesión, natural de Gorliz (Vizcaya) y vecino de Bilbao. Hijo de Lorenzo y de Lucía, condenado a la pena de 30 años por un consejo de guerra celebrado en San Sebastián por el delito de adhesión a la Rebelión. La contabilidad de los fallecidos por tuberculosis pulmonar es aterradora y se ha salvado en parte por las botellas.
Pero la atención de los tuberculosos mejoró gracias al alcalde de Lugo, que era médico y republicano, preso en el fuerte, que los cuidó con gran sacrificio personal como si fueran sus hijos, pero eran demasiados y no había medicinas. Fue como enfermedad la más extendida en el Fuerte mientras sirvió de mazmorra, campo de concentración o casa de los muertos en vida. La de los zombies de la guerra de Franco y Mola.
Pico, con un puñado de compañeros presos, una treintena, tras un plan bien pensado (aunque excesivamente reservado por los jefes del complot, para que no se malograse la fuga y fueran fusilados todos) logró hacerse con el control del Fuerte de San Cristóbal. El sueño de libertad fue efímero para casi todos ellos, pues sólo tres consiguieron el objetivo de cruzar la frontera y llegar a Francia. Para centenares de evadidos, la aventura significó la muerte física o moral. Todos ellos se hicieron un hueco en la historia, pues La huida de casi 800 presos no podía pasar inadvertida en los medios del exterior y la prensa de la España franquista no tuvo más remedio que hablar de la fuga. El 30 de mayo de 1938, ocho días después de la evasión, la 'Hoja Oficial del Lunes' del 'Diario de Navarra', publicaba una nota del Servicio Nacional de Prensa con el título 'Fracasada revuelta de una cuarta parte de los presos allí detenidos por delitos comunes. La prensa francesa a sueldo de los rojos ha voceado la información, con motivo de la evasión del Fuerte de Pamplona, “que aprovecharon la benevolencia de los guardianes para dar muerte a algunos de ellos y en tumulto se echaron al campo, y ahora algunos periodistas galos se dedican a forjar fantásticas novelas difamatorias contra la España nacional. Los reclusos más indeseables, consiguieron arrastrar a 796 de la misma calaña, valiéndose precisamente del buen trato del régimen humano que se aplica en la España de Franco y se le ha respondido con este abuso criminal“.
La historia parecía haber marcado el fuerte desde que Alfonso XII de Borbón decidió construirlo como algo inexpugnable aunque no propio para seres humanos
El Fuerte de Alfonso XII de Borbón o de San Cristóbal es una fortaleza militar en el monte Ezkaba próximo a la ciudad de Pamplona construido a finales del siglo XIX y principios del XX. El nombre oficial era el del rey Alfonso XII, pues fue realizado bajo su reinado como consta en la puerta de entrada. Sin embargo, se le conoce más por el nombre de los edificios que le precedieron, que fueron una ermita con un castillo en el siglo XIII y posteriormente en el siglo XVI, una basílica dedicados al santo.
La construcción del fuerte comenzó después de la Guerra carlista tras comprobar la vulnerabilidad de la ciudad de Pamplona ante las modernas piezas artilleras colocadas en la cumbre del monte. Para la construcción se dinamitó la cumbre del monte, lo cual permitió de mala manera edificar la estructura de tres pisos en el interior de la montaña, ocultándola del exterior con dos metros de tierra y rodearla por un foso que impedía un posible ataque de la infantería.
Esta fortaleza fue proyectada por el coronel de Ingenieros Miguel Ortega y las obras se prolongaron desde 1878 hasta 1919. Se encuentra el terreno que tiene una extensión de 615.000 m² de los cuales 180.000 m² son de la fortaleza, que nunca llegó a usarse con fines defensivos por la aparición de la aviación que volvió obsoleta este tipo estructuras. Se utilizó como penal militar desde 1934 hasta 1945, algo para la que no fue concebida y para lo que se precisó la construcción de muros de separación entre las dependencias carcelarias y las de los funcionarios, guardianes y oficinas. No tenía condiciones de habitabilidad. Era ideal para “ellos”.
Finalizada la Revolución de Asturias en octubre de 1934, centenares de prisioneros asturianos y eibarreses principalmente fueron encerrados en estas galerías. Desde el principio, la falta total de higiene y salubridad provocaron denuncias con exigencias de traslado de los presos y del cierre de la edificación como penal.
En septiembre de 1935, las malas condiciones de reclusión llevaron a la muerte a un miembro de la CNT de Santander, que motivaron paros en Pamplona. El fallecimiento de otro preso produjo posteriormente protestas en toda España y un motín en el fuerte, que fue reprimido implacablemente. Numerosos ayuntamientos solicitaron el cierre del penal. En febrero de 1936, tras el triunfo del Frente Popular se decretó una amnistía para los presos políticos, de los cuales 400 estaban en el fuerte de San Cristóbal. Al salir los presos denunciaron culpabilizaron al ex ministro de Justicia Rafael Aizpún.
A partir del golpe militar del 18 julio de 1936, en el que Navarra quedó bajo el control de los sublevados, volvió a llenarse el penal, y en pocos meses tenía una población de unos 2.000 presos. A muchos de ellos, sobre todo navarros y algunos riojanos se les anunciaba la "puesta en libertad" y cuando iniciaban el descenso del monte se les abatía con ametralladoras escondidas entre la maleza.
Entre el 1 de enero de 1937 y el 6 de julio de 1945, fecha del cierre como penal, consta la muerte oficial de 305 presos, por motivos variados, predominando la "desnutrición" y los "paros cardíacos". Muchas de ellas estaban relacionadas con la tuberculosis, ya que era centro receptor de otras cárceles con presos convalecientes por esta enfermedad como "Sanatorio Penitenciario". En el listado, hay 25 en los que figura "traumatismo" como causa de la muerte pero la verdad es que murieron fusilados. El 1 de noviembre de 1936 fueron ajusticiados 21 de ellos y los otros cuatro el 17 de noviembre del mismo año. La mayor mortalidad se dio en los años 1941 con 51 personas y 1942 con 61. No figuran en la macabra contabilidad los desaparecidos. En esta prisión también se produjeron sacas al inicio de la guerra, como la del 1 de noviembre de 1936, en que aparecen inscritos como muertos por “traumatismos” 21 presos .
Asun Larreta, presidenta de la Asociación de Fusilados de Navarra, indica que a todas estas cifras hay que añadir unos 200 desaparecidos, que no constan en los archivos y que en su mayoría fueron asesinados. Según el libro de registro, un total de 4797 personas estuvieron encerradas en el fuerte entre los años 1934 y 1940.
Durante la Guerra Civil muchos edificios como conventos, monasterios, escuelas o fortalezas fueron requisados y transformados en lugares de detención o prisiones. Hubo allí sacas, fusilamientos en los sótanos y desapariciones, venganzas personales o políticas tras ser sacados por gente de Falange, la CEDA y los militares, pero no existe ninguna contabilidad sino rumores de gente y familiares que los buscó durante años.
Reconstrucción de los hechos basada en documentos del fiscal, leída en el consejo de guerra contra los fugados
Una de las pocas referencias de la fuga de San Cristóbal hallada al final de la dictadura es de un profesor de Filosofía de Valladolid, Félix Sierra, quien salvó en 1990 las lagunas de la hemeroteca. Encontró en un desván documentos del que fuera fiscal en el consejo de guerra contra los fugados, con lo que aportó una reconstrucción de los hechos, y después incluyó en un libro testimonios de otros que participaron en la fuga.
La magnitud de la evasión se aprecia en las cifras. Los presos en el fuerte (año 1938, antes y después) soportaban las condiciones inhumanas de hacinamiento, malnutrición, etc.. que hemos descrito. Hasta que hartos, Picó y un puñado de presos urdió una fuga e iniciada ésta, unos centenares decidieron jugarse la vida y la libertad a cara y cruz. Quizá muchos sintieron lo mismo que Leopoldo Cámara que, cuando atravesó la puerta principal del fuerte el 22 de mayo de 1938, gritó con toda su alma ”¡Viva la libertad!”. Y dice que nunca lo podrá olvidar porque fue “el momento más feliz de mi vida”.
De los 2.500 presos que había en el penal, se fugaron 796. De ellos, 207 murieron cazados como conejos durante la fuga, 585 fueron detenidos -de ellos 14 fueron condenados a muerte y fusilados- y solo tres consiguieron llegar a Francia. El capítulo de las desapariciones está por escribirse. Es el trágico balance.
El servicio de prensa franquista y luego el falangista Alcazar de Velasco, mintieron cuando hablaron sobre las características de los presos evadidos. “Sépase-decía un informe oficial de prensa- para el debido encuadramiento de este episodio, que todos los implicados -salvo un reo de delito político- estaban sometidos a procesos por crímenes de derecho común de la peor especie y que dos terceras partes de los reclusos -entre ellos, por cierto, el único condenado a muerte- se negaron a participar en el plan de evasión que ha intentado llevar a cabo un puñado de asesinos, atracadores, ladrones, que por estos delitos de asesinato, asalto y robo a mano armada estaban condenados a prisión y recluidos en San Cristóbal. Cuantos tomaron parte en el suceso están en manos de la justicia“.
Lo que sí es cierto de la noticia es que del penal salió el que quiso y sus fuerzas se lo permitieron. Félix Sierra recopiló en un libro los delitos por los que acabaron con sus huesos en el Fuerte de San Cristóbal o alrededores y las cifras que da se pueden aceptar como exactas. Añade que los 499 estaban condenados por delitos de carácter político, posteriores al 18 de julio, tales como rebelión militar, adhesión a la rebelión, auxilio a la rebelión, excitación a la fuga, frases tendenciosas y manifestaciones contra el Movimiento y otros delitos más extravagantes, como el de la blasfemia. Se les consideraba comunes, no políticos. Muchos de ellos estaban privados de libertad desde el 19 de julio de 1936, como 62 vallisoletanos que había entre los fugados, todos ellos detenidos en la Casa del Pueblo de la capital castellana. Y 14 de ellos murieron a tiros durante la huida, cinco fueron fusilados y dos murieron por “enfermedad”. Salvaron la vida 41.
La organización de la huida masiva fue muy buena, pero la información del día después pésima y errática: fue el gran error
La mayoría de los presos ni se enteró de la fuga hasta que ya estaba en marcha, como hemos dicho. Tras perder el control del fuerte (reducidos los guardias del penal y neutralizados los 92 soldados de la garitas exteriores). De estos que se rindieron arrojando sus armas, sin disparar un solo tiro o que, algunos que estaban en el comedor supervisando el rancho de los presos, fueron arrestados días después por sus jefes en Pamplona, donde la noticia cayó muy mal entra los mandos alzados, y aunque hubo muchas voces en favor de un castigo ejemplar para los soldados, el general Mola no quiso juzgarlos, para no alterar el frágil equilibrio de la Falange y el Requeté, conseguido por Franco para hacerse con la Jefatura. En cambio impuso censura total sobre lo ocurrido en San Cristóbal pues temía que se filtrara algo al exterior y Franco, su rival en el mando del Alzamiento, se aprovechara de las aguas revueltas que removió la fuga para censurar a Mola. Ha sido difícil reconstruir objetivamente los hechos y separar la verdad de las especulaciones y de la mentira de la prensa falangista.
¿Cómo y por que falló el plan maestro de Picó y sus compañeros?
Picó el organizador de la fuga murió, fusilado de inmediato, antes del juicio, según el fiscal; murió en el monte, según la versión de uno de los fugados. Una tercera versión dice que cayó preso, pero fue ejecutado en un calabozo de la prisión al poco de ser capturado, por orden expresa y telefónica de Mola que había ordenado “callarle la boca“. Le dieron una paliza de muerte, y lo fusilaron inconsciente. De él se sabe que tenía 27 años y que había nacido en Rasines, pero pronto se trasladó con su familia a Bilbao y allí trabajó en Euskalduna. Era un dirigente sindicalista de izquierda que vivía en una casa del sindicato en la calle Correo, Bilbao. Alardeaba de ser del bocho.
Cuando apenas comenzaba la fuga y los huidos salían precipitadamente, un joven corneta del ejército que hacía la llamada diaria para el toque de queda y la diana de los soldados del fuerte, que llegaba de Pamplona de un permiso, se apercibió de que “algo raro” estaba pasando en el fuerte y volvió a la ciudad rápidamente para dar la voz de alarma. Además, un preso, el falangista Ángel Alcázar de Velasco, que había sido la mano derecha del jefe de la Falange rebelde Manuel Hedilla trasladado como preso a San Cristóbal, después de las manifestaciones de falangistas rebeldes en Salamanca de abril de 1937 contra Franco, escapó durante la fuga y aprovecho la confusión de los evadidos y corrió monte abajo para alertar a la Guardia Civil de Pamplona lo que pasaba en el fuerte. Este tipo era mucho más que eso. Es un personaje y turbio protagonista de muchas historias del franquismo extremo.
El día de la fuga de San Cristóbal, volvió con los camiones de los militares llenos de soldados con casco que con grandes reflectores que se acercaban al fuerte, disparando sobre algunos de los presos que se hallaban fuera del fuerte desorientados y sin mandos ni ropa. Casi todos se rindieron para no morir allí mismo, como algunos que intentaron huir. Se les desnudó, se pasó lista y resultó que quedaban 1.692 presos a las 3:30 de la madrugada. Se hizo el recuento y resultó que habían logrado la fuga 795 detenidos, semidesnudos, con camisa y sin nada en los pies, desnutridos, sin armas, a la desbandada. Estaban totalmente desorientados sin que nadie les hubiera comunicado un plan de huida.
Fue un fallo garrafal. Sólo corrió la consigna de huir a Francia, que la mayoría no sabían hacia donde quedaba. Los evadidos que escaparon caminaban por grupos de noche y se ocultaban y dormían de día. Comían hasta raíces, pues no se veían por allí árboles frutales. Algunos duraron en el monte hasta 11 días y estaban cadavéricos. Su imagen no envidiaba las que ofrecían otros republicanos en los campos de concentración nazis de Mathausen o Gosen. Por fin, un 90% de los evadidos en el monte decidió entregarse mejor que morir a tiros por alguna patrulla de requetés o falangistas, soldados y carabineros u Guardia Civil que patrullaban por los montes que rodean Ezkaba. Y maniatados con cordeles los llevaron al Fuerte de los Hambrientos. Tan solo tres lograron llegar a Francia.
Consta que el día 23 se detuvo a 259 evadidos, el día 24 de mayo ya eran 445 y los días sucesivos fueron cayendo grupos menores. El último fue capturado el 14 de agosto, tres meses después, y los presos le llamaban "Tarzán", por aguantar tanto tiempo solo en el monte
Se identificaron en el monte a 187 cadáveres, a los que hay que añadir 24 muertos más sin identificación. Según esto quedaban otros cuatro, según la contabilidad de la dirección fuerte, que pudieron huir de la represión y tras las intensas pesquisas desarrolladas para capturar a los fugados del fuerte, y a los que fueron encontrados rezagados se les fusiló sobre el lugar. Aunque la mayor parte pereció en Ezkabarte, que es la cara norte del monte, en Oláibar y en Baztán, aunque casi todos están registrados como muertos en Ansoáin en la falda sur. En total, 211 hombres asesinados.
Indiscriminadamente durante la cacería de los fugados que se extendió por los valles al Norte de la ciudad y que “arrojó el número de 200 víctimas", cifra que ha confirmado un comunicado del Ayuntamiento. El primero en anunciar el fin de la cacería fue el periódico “el Pensamiento Navarro” en primera plana con un AVISO que lo calificaba como una victoria de los mozos del general Mola sobre los rojos. Uno de los “recuperados” recibió un balazo en el bíceps -y se dijo que le alcanzó una bala explosiva y hubo que amputarle el brazo izquierdo.
De los capturados, 16 fueron sometidos a juicio acusados de ser cabecillas, uno fue internado en el manicomio de Pamplona y otros 14 fueron condenados a muerte y fusilados en la Vuelta del Castillo, detrás de la ciudadela de Pamplona el 8 de septiembre de ese mismo año: Gerardo Aguado Gómez, Teodoro Aguado Gómez, Bautista Álvarez Blanco, Calixto Carbonero Nieto, Antonio Casas Mateo, Daniel Elorza Ormaetxea, Antonio Escudero Alconero, Ricardo Fernández Cabal, Francisco Herrero Casado, Francisco Hervas Salome, Primitivo Miguel Frechilla, Miguel Nieto Gallego, Rafael Pérez García y Baltasar Rabanillo Rodríguez.
En las posteriores diligencias aparece como un héroe el que alertó a la guardia Civil el falangista Ángel Alcázar de Velasco, que vio anulada su pena de 30 años lo mismo que otros 60 internos “por colaborar“. Alcazar de Velasco fue después condecorado. El director del establecimiento, Alfonso de Rojas, fue destituido de su cargo.
Seguidamente en “Pensamiento Navarro” se hizo una referencia, según el origen, de los abatidos en los montes y lugares, de mayor a menor cuantía de los capturados.
El ejército abandonó el Fuerte en 1987, quedando un retén militar de vigilancia hasta 1991. En estos momentos se encuentra abandonado, siendo aún propiedad del Ministerio de Defensa. El fuerte fue declarado en el año 2001 "Bien de Interés Cultural" por la Dirección General de Bellas Artes Desde septiembre del 2007 la Sociedad de Estudios Aranzadi, con la tenacidad de Paco Etxeberria, la Sociedad Cultural Txinparta junto con la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra están procediendo a la exhumación de cadáveres en una zona próxima al fuerte. Este lugar lo tenía catalogado como posible cementerio José María Jimeno Jurío. En principio se procederá a la exhumación de unos 25 de los 145 cuerpos enterrados en este lugar.
Los restos óseos encontrados hasta ahora presentaban a la altura de las rodillas una botella y en su interior datos personales del fallecido. Nos estamos refiriendo al llamado “cementerio de las botellas” al que hemos hecho referencia más arriba. Sin embargo, los corchos que las tapaban se han deteriorado en una gran parte de ellas, habiéndose perdido mucha información. Los restos enterrados en el lugar son de personas que murieron en este recinto carcelario entre los años 1941 y 1944 a causa de diversas enfermedades respiratorias, como tuberculosis o neumonía.
En octubre de 2008 el juez Baltasar Garzón ordenó continuar con la exhumación de esta fosa. Esta orden pretendía obligar a iniciar o continuar la investigación de diecinueve fosas en donde se encuentran víctimas republicanas de la Guerra Civil Española. Esta orden fue paralizada el 7 de noviembre por la Audiencia Nacional a petición de la Fiscalía, por no considerar las exhumaciones diligencias "necesarias para comprobar el delito o de reconocida urgencia". Posteriormente, el de noviembre, el juez decidió inhibirse en favor de los juzgados territoriales y finalmente, diez días después, la Audiencia Nacional dictó que el juez Garzón no puede investigar los delitos franquistas. Decisión tomada con catorce votos a favor y tres en contra.
El Congreso de los Diputados en noviembre de 2007, por iniciativa de Nafarroa Bai, aprobó la inversión de 500.000 euros para tareas de limpieza y acondicionamiento para evitar el derrumbe del mismo para realizarlas a lo largo de 2008, que fueron finalizadas en mayo de 2009. En estas obras se han eliminado todos los muros que se añadieron para la función de prisión así como la cocina de la cárcel. Durante los fines de semana del mes de junio de 2009 se abrió al público en visitas guiadas, en las que algunas dependencias no fueron mostradas.
La dictadura franquista primero y el pacto de silencio de la transición después, quiso que apenas se conociese esta historia. Es una reflexión sobre la memoria histórica y la amnesia social. Numerosos homenajes quedaron empañados por el vandalismo de la extrema derecha
En 1988, con motivo del 50º aniversario, se erigió un monumento en homenaje a los fugados y caídos por la libertad y la república, que se encuentra, escondido entre la maleza, en la cima, en un tramo descendente del monte Ezkaba. Fue atacado en tres ocasiones, la última vez fue destruido a mazazos en agosto de 2009 por miembros de la extrema derecha. Este último fue condenado por todos los partidos políticos con excepción del Partido Popular de Navarra.
En homenaje a las 205 víctimas mortales de este fuerte de los que se tiene constancia por su enterramiento en varios cementerios de las proximidades al monte Ezcaba, se colocaron 12 placas con sus nombres en mayo de 2009. Se instalaron en Aizoáin con el nombre de diez presos; en Ansoáin, 20 nombres; en Añezcar, 15; en Artica, 17; en Barañain, 12; en Berrioplano, 14; en Berriosuso, 13; en Berriozar, 47; en Elcarte, 17; en Larragueta, 12; en Loza, 15; en Oteiza.12 En algunos casos han sido destruidas de forma vandálica, como es el caso de Artica y Aizoáin, entre otros ataques.