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No nos queda sino tratar de comprender más a fondo lo que sucede; acostumbrarnos a vernos golpeados por el horror; y ser valientes y decididos para luchar contra la barbarie
POR QUÉ
Publicado en Levante, 27 de marzo de 2016
Averiguar las motivaciones de la barbarie cruel y abominable no es tarea sencilla. Los psicólogos y criminalistas retratan el perfil del yihadista, que perpetra atentados en suelo europeo, como el de una persona normal, incluso inteligente, perfectamente adaptada al ambiente en el que actúa. No son adolescentes, ni excesivamente jóvenes: son hombres de entre 25 a 30 años. Tampoco son especialmente religiosos. Incluso, antes han llevado una vida de crápulas o han menudeado con la droga. De súbito, se transforman en adalides de la pureza del islam y se arrogan la interpretación coránica más fundamentalista. Saben que van a morir. Y durante meses, quizá años, se preparan para la catástrofe final, debiendo superar el horror a la propia destrucción, anulando el instinto de conservación que es el más fuerte del que la naturaleza nos ha dotado.
No son locos, ni enfermos mentales. Normalmente, éstos cuando deciden que el mundo en el que viven no vale la pena, se tiran por la ventana o a las vías del tren; pero no se les ocurre hacerse saltar por los aires, entre la gente, en medio de un aeropuerto, con un cinturón de explosivos adosados a su cuerpo para producir el mayor dolor posible. Realmente cuesta trabajo “entrar” en la mente de alguien que es capaz de sembrar el terror al mismo tiempo que siega su propia vida. No es que sea una acción estúpida: es diabólica. Con tal de que se crea en una realidad que asume la maldad en estado puro.
Algunos tratan de entenderlo recurriendo a la necesidad que tienen los jóvenes de poner su vida al servicio de una gran causa. Y ya que no pueden hacer otra cosa, les basta con saber que serán protagonistas por un día en todo el mundo, aunque sea de la tristeza y el dolor. Pero no me satisface. Ciertamente podemos pensar en lo que decía un escritor francés: no sé cómo será el corazón de un criminal, pero me asomé al corazón de un hombre de bien y me asusté. Y es que el corazón humano es insondable. Por más que examinemos y tratemos de buscar los motivos, razones lógicas y racionales, éstos se nos escapan. Sólo hay que sondear nuestro propio proceder para darnos cuenta de que no siempre podemos dar una explicación plausible de nuestra conducta: ¡no sé por qué lo hice!, no solo refleja una situación de estupor, sino que es también humana.
Realmente cuesta trabajo “entrar” en la mente de alguien que es capaz de sembrar el terror al mismo tiempo que siega su propia vida
Por eso, difiero de quien afirma que el comportamiento de los yihadistas responde a un vacío existencial provocado por la sociedad occidental que no les resulta atractiva; y se vuelven hacia propuestas radicales y revolucionarias, para resolver el mundo de una puñetera vez. Me parece poco convincente esta conclusión, por superficial. Es algo mucho más hondo y profundo que ciertamente se alimenta en nuestras sociedades, pero que se abisma hacia la desesperación más deplorable.
El nihilismo imperante en la Europa comodona y aburguesada, donde todo vale, puede asquearles, pero no más que a cualquiera.
No nos queda sino tratar de comprender más a fondo lo que sucede; acostumbrarnos a vernos golpeados por el horror; y ser valientes y decididos para luchar contra la barbarie. Una batalla que se antoja será larga.
Pedro López
Grupo de Estudios de Actualidad