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Desde el origen de la humanidad nos debatimos entre razones y sentimientos sin llegar a un consenso claro asumible por todos y cada vez más alejado de amplios sectores de las masas, que viven de espalda a este viejo debate
El origen está en la idea primitiva y probablemente neandertal, de la existencia del alma o espíritu que da vida a los seres, ha sido objeto de numerosos estudios.
Pero es Platón el primero en plantearlo al decir que el alma tenía tres naturalezas: una pasional que se albergaba en el pecho, identificada con la pasión, otra identificada con el hambre que estaría en el estómago y una tercera en el cerebro que sería la capacidad de razonar.
Por su parte Aristóteles lo complicó atribuyendo al alma el concepto de Psyche (Psique) que a su vez está contaminado por la mitología de Eros y Cupido, lo que daría pie a Santo Tomás de Aquino para hacer una elucubración más compleja si cabe sobre el alma.
Para Tomás de Aquino el alma y el cuerpo son inseparables, pero no refuta la creencia religiosa de que es el alma la que da vida al cuerpo, hasta la reforma protestante y la controversia de Renato Descartes cuando plantea su conocido: Pienso… luego existo, que hay que enmarcarlo dentro del concepto de Aristóteles.
Si el alma existe, es inmaterial, es invisible y eterna, así, es más fácil entender y explicar la existencia de un Dios inmaterial, un "espíritu eterno y divino" creador de todas las cosas.
Pero todo esto no es más que una mezcla absurda de los dos elementos básicos: la razón que se deriva del uso del cerebro y los sentimientos que también se derivan del temor a lo desconocido.
La razón que está asociada al conocimiento científico y los sentimientos que producen la zozobra ante lo desconocido, como consecuencia del discernir.
Así ante una pandemia, que amenaza y atemoriza a las masas, aparecen los negacionistas y surgen las desconfianzas en la ciencia y en el pensamiento científico. Como ha sucedido siempre, a lo largo de la historia de la humanidad, ni más ni menos.
Con el corazón ni se siente ni se piensa
Los ignorantes ponen en duda la capacidad de la ciencia para combatir la enfermedad, la incapacidad de sus gobiernos para afrontar la pandemia y la inutilidad del sistema para superar la crisis.
Se unen al coro de voces del apocalipsis que llama a la salvación individual, a la desobediencia de la autoridad delegada en el Estado y al desconocimiento de las recomendaciones de la ciencia.
Así se justificaría el erróneo planteamiento de Platón por el cual las dos primeras partes de las que se compone el alma, la pasión y el estómago, dominarían a la tercera y última que es la razón.
Pero siguiendo el razonamiento de Tomás de Aquino, es fácil llegar a la conclusión de que estamos ante un castigo divino, luego los pecadores como siempre, pagaran sus culpas con la muerte.
Dicho así, estamos ante un dislate de grandes proporciones, pero la realidad es que estamos ante una masa de ignorantes incapaces de reconocer su ignorancia y su miedo ante lo que desconocen y no entienden, porque no saben discernir entre razones y sentimientos.
Que como queda dicho, tampoco fue fácil para Platón, Aristóteles y Tomás de Aquino.
Por consiguiente toca discernir sobre lo que está aconteciendo en pleno siglo XXI.
La imagen que acompaña este artículo es una alegoría a la demostración de Galeno, sobre la sección del nervio laríngeo, que dejó pasmados a los hombres de su época dos siglos antes de la era común.
@ordosgonzalo
gonzalo alvarez-lago garcia-teixeiro